SOCIEDAD
Luego de 8 meses de vivir fuera de mi paraje natal, empiezo a sufrir los síntomas del cautiverio cada vez más con más intensidad. Este fin de semana, descansando en la hamaca paraguaya de mi tranquila mansión en el Sur de la Capital, tomé conciencia de los sonidos que me rodeaban, que hasta hace unos meses eran imperceptibles pero que ahora están a punto de volverme loco.
Un ruido no dice nada en apariencia, pero una vez adentro de nuestros cerebros, y justamente por carecer de un significado establecido, puede convertirse tanto en amorosos arrullos como en amenazas terroríficas que nos lleven a regresar a nuestra selva de origen, a rodearnos de nuevos ruidos que se convertirán en silencio primero, y luego quizás, más tarde, otra vez en amenazas, obligándonos a regresar a la ciudad.
En sólo 10 minutos se registraron los siguientes ruidos:
bocinas lejanas / voces / música de radio / ventisca / perro / sirena de barco / chorro de agua / pajarillos / otros perros lejanos / platos / campanario de iglesia / música de radio / bombos / niños corriendo / pelotazos / risas de niños / sierra eléctrica a lo lejos / moto con escape abierto / locutor de radio / martillazos / perrito ladra seco / colectivo a lo lejos / autos pasando a lo lejos / llanto de niños
Por Pedro P.*
* Pedro P. es un aborigendiaguita jujeño, filósofo recibido en la UBA. Llegó a la Capital Federal en 1990 invitado por una estudiante de Antropología que lo conoció en su tribu natal, quedó fascinada por su don de lenguas y se casó con él. Actualmente están separados, y Pedro P. es propietario de una remisería en Avellaneda. Ocasionalmente actúa en películas condicionadas, siempre en el papel de indio-intelectual y bajo el mismo seudónimo con el que colabora para distintas publicaciones especializadas en filosofía.
martes, noviembre 7
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