estamos en un bar con toda la redacción mirando el importante partido entre estados unidos e italia. sobre el final del segundo tiempo entra un anciano al bar y se sienta justo debajo del televisor, dándole la espalda y dispone frente a sí con cierto protocolo unas revistas viejas de intelectuales, una bolsa de nailon con papeles, unos papeles en blanco y uno escrito, una lapicera, un atado de cigarrillos y un encendedor. Sobre sus hombros, dentro del televisor y en la cabeza de los reporteros, "italia no le puede entrar a los estados unidos". Una voz dentro de la cabeza del viejo repite: "el Mundial es un invento de los medios" y se afirma en su hoja de papel y lee una parte de la revista y escribe unas líneas en su papel en blanco mientras en la cancha en Alemania se va escribiendo el partido con copia en la historia y en cada televisor. Todo el esplendor heroico de los Estados Unidos tan repetido en las películas hoy se ve ridiculizado, o por lo menos inexistente en la ceremonia que presencia la humanidad frente a las pantallas, tal como los serbios ayer, totalmente desubicados con respecto a la realidad consensuada, creyeron que su pasado de guerras les iba a inferir la suficiente mística como para ganarle al seleccionado argentino. ¿Estaremos todos tan locos? ¿Seremos todos tan infantiles todavía? ¿Qué es el mundial al fin y al cabo? ¿Una competencia entre países, entre los viejos pederastas de los directores técnicos, entre las culturas de los jugadores? Sea lo que fuere, el Mundial es la Realidad viviente, tan inútil y tan significativa como toda realidad, pero más que nada, nos guste o no, con tanto consenso sobre ella que por eso es más real, y este viejo se la está perdiendo, pensé. ¿A quién cree que necesita demostrarle su desacuerdo?, me pregunté y al mismo tiempo supe que el viejo se afirmaba en su realidad como la única defensa frente al monopolio de la imagen y del capitalismo que lo rodeaba: que la única defensa que tenemos frente al atropello del mundo es nuestra propia locura, insistir con una locura aparte que un día pueda convertirse en una realidad aceptaba. Al fin y al cabo yo fumo la misma marca de cigarrillos que ese viejo y estoy seguro de que estaríamos de acuerdo en muchas cosas, excepto en que yo no pretendo negar la importancia y la trascendencia del Mundial. Luego de un Mundial anterior en el que les fue bastante bien, los norteamericanos y especialmente su DT adquirieron cierto grado de heroicismo, que en este partido se ponía a prueba a cada instante. Todos lo sabíamos, por más que pretendiéramos ignorarlo, y a todos nos interesaba ver lo que pasaba. El fútbol era un excusa: siempre pasan muchas otras cosas. ¿O qué otro sentido tendría si no ver a un montón de jugadores corriendo de un lado para el otro? Se nota que la selección juega mejor que antes, bastante bien, pero que todavía está a mucha distancia de competir con un equipo latinoamericano. Al terminar el partido el viejo me llama a su mesa y me pregunta si empataron. Me aclara que su interés no es deportivo, que a él le interesa una cuestión más profunda, por lo que significan los Estados Unidos, que la suya es una visión más elevada y que por eso quería confirmar si habían empatado. Sí, le dije. ¿Y echaron a muchos jugadores, no?, me preguntó. Al que le faltan jugadores es a usted, le repliqué: ¿si le interesaba tanto el partido por qué no lo miró? Es que tengo cosas más importantes que hacer, respondió el viejo aferrado a su ilusión, igual que el jugador de serbio que aseguraba que le iban a ganar a la Argentina. Y hablando de jugadores, insistió el viejo, me parece que a usted le faltan más que a mí, que anda diciendo por todas partes que está con su redacción y yo no veo a nadie más que a usted. Ahora yo tampoco estoy seguro si el viejo era otro o yo mismo, o hasta qué punto no somos todos la misma persona, equivocada de todas las formas posibles.
martes, junio 20
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