sábado, agosto 6

Naturaleza

LECTORES

Sr. Director: Si bien no soy un asesino en el sentido más formal de la palabra, siento con toda claridad en mí el instinto que, de no ser por mi formación cultural y mi auto-disciplina, me llevaría a cometer los más horribles asesinatos que se le pudieran a usted ocurrir. Sé, repito, que nunca lo haré porque confío plenamente en el control que ejerzo sobre mis pulsiones más elementales. En el caso del instinto de asesinato, siento llegar la pulsión como una corriente cálida y densa que sube desde la base de la nuca hacia el cráneo, y desde allí se lanza repentinamente hacia la mandíbula, oídos y cuero cabelludo. Todo esto viene acompañado por un fuerte deseo de matar a una persona cualquiera, no necesariamente a una con la que tengo algún problema: sólo pienso en alguien y siento el deseo de matarlo. Quiero pensar que se debe a un resabio del mundo prehistórico, pero no puedo asegurarlo. La única manera de reprimir un impulso, dicen, es transformarlo en otro. Por eso cada vez que me siento atacado por este raro fenómeno (unas pocas veces por día) les hablo de mal forma a mis hijos (lo cual parece ir generando en ellos, poco a poco, un instinto similar al mío) y discuto a los gritos con mi esposa. Les dejo esta inquietud, y me gustaría saber si a otros lectores les ocurre algo parecido. Me imagino que no debo ser el único si es que todavía están vigentes todas estas leyes contra el asesinato. Atentamente,
Roberto, de Palermo.

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