INFORMACIÓN GENERAL / SOCIEDAD
Tratar con un estúpido suele ser desgastante. Requiere de un caudal de energía muy grande, y lo peor de todo es que usualmente quedamos enganchados mentalmente en la discusión, aún mucho después de haber finalizado. Pasamos horas tratando de elaborar imposibles argumentos capaces de atravesar el abismo de estupidez o de ceguera de nuestros interlocutores y lo hacemos mientras manejamos rumbo a casa o, peor aún, en los momentos que deberían servirnos de relax y distensión, como mientras nos damos un baño de inmersión o mientras hacemos el amor con nuestras esposas.
Un peluquero que es experto en espiritualidad y que antes de que se pusiera de moda el chat había sido radioaficionado, hizo una observación interesante. Me preguntó primero quiénes eran los estúpidos con los que me había cruzado y le dije: un par de vecinos, el encargado de ventas, un promotor, un policía, una señora en un quiosco, un automovilista, una anciana, los políticos, los empresarios, Bush y el FMI.
–¿No te olvidás de alguien? –me preguntó Lucho.
–Podría seguir nombrando a muchos.
–Me refiero a vos. ¿Acaso no tenés más de un estúpido interior que más de una vez te ha llevado a actuar de manera irresponsable? ¿No aprendiste acaso hace mucho tiempo a estar alerta frente a tu propia estupidez, que acecha constantemente detrás de cada instante?
–Y sí –le dije– la verdad que sí.
–Pues te sería de más provecho dedicar toda esa energía que mantiene viva tu bronca contra los demás estúpidos para sostener una lucha contra tus propios estúpidos interiores, que son los que más te perjudican. El problema no son las personas, el problema es el problema.
viernes, abril 15
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