sábado, junio 11

El mensaje

CORREO DE LECTORES

Sr. Director:

Ahora vuelvo a recibir el mensaje, pero ya no es como antes. Ahora ya sé cómo hacer, o al menos ya sé cómo no hacer. Lo más importante es mantenerse dentro del protocolo de la cordura. A veces uno abandona el protocolo porque sabe que hay cosas tan importantes, tan urgentes, pero debemos seguir en la cordura, y sólo desde ahí –aunque lleve más tiempo y más trabajo– sólo desde ahí deberíamos actuar. Ahora, por ejemplo, que volví a recibir el mensaje, lo más importante que debo hacer es no volver a hablar de ese mensaje. Parte del secreto de la cordura es saber qué cosas ignorar: negarse cualquier sentimiento, situación o circunstancia que no pertenezca a lo ya designado real e importante. La cordura acepta novedades materiales pero no de las ideas: las ideas (y los mensajes) deben impregnarse poco a poco, transformando a la cordura desde adentro y desde afuera a la vez, modificándola de a tramos imperceptibles.

Detener la degradación del planeta podría ser una tarea rentable para todos, incluso para los que ahora se dedican a su destrucción. Si no se hace, no es porque no sea posible sino por la incapacidad para cambiar de idea, algo supuestamente tan volátil y maleable como una idea. Pero las ideas son las que sostienen y entretejen nuestro mundo y por eso no son tan fáciles de modificar. Desde el medio de las frondosas regiones de las interconexiones, desde entre los innumerables intersticios de la naturaleza, surgen mensajes como chorros de espermatozoides en todas direcciones. Como ondas de radio, como canciones, o consejos, o direcciones, llegan los mensajes, o como voces o como pensamientos sueltos. Pero no queda para nada bien hablar de eso, así que nunca deberíamos hacerlo. Mejor digamos que de la observación científica resultan llamativas ciertas características observadas en la estructura de la materia y la energía, o bien que "se nos ocurrió" una idea.

Hace dos meses se anunció en los periódicos del mundo que un laboratorio ha conseguido realizar una comunicación a distancia entre dos partículas sin intermediación del tiempo, que hasta ahora siempre había separado las causas de las consecuencias a razón de unos 300.000 kilómetros por segundo. Los científicos realizan una acción sobre una partícula y comprueban que su correspondiente acción complementaria se produce al mismo tiempo (mejor dicho, independientemente del tiempo) en otra partícula lejos de allí. Con solamente llamarle a dicha acción “mensaje” o “dato”, el prodigio se convierte en un sistema instantáneo de transmisión de mensajes entre dos puntos cualesquiera del espacio. En este caso sí se puede hablar de mensajes, porque los emitimos los humanos.

La información (como concepto) trasciende los conceptos de materia y energía, ya que cualquiera de las dos puede ser información siempre que sea utilizada como tal, lo cual nos lleva a la segunda característica interesante del concepto de información, que es que implica (más allá de un emisor y un receptor) una Intención. La Intención puede o no ser conciente, pero existe en la medida en que existe un mensaje. Por eso es válido hablar de Intención incluso entre seres inanimados, ya que aunque la Intención no se haya originado directamente en ellos, al menos se manifiesta junto con la acción.

Las ideas no van volando sueltas como papeles al viento. Aparecen con la fuerza de su propia historia y con el poder de su intención: y además tienen unas horribles raíces. Lo más importante por el momento, es fingir que somos cuerdos y que no entendemos nada de estas cosas, y que lo más importante es el mundo cotidiano, los placeres corrientes, la buena música, el buen vino y las malas compañías.

Carmelino Costa,
filósofo porteño

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