martes, mayo 24

Los intelectuales tambien se pelean

CRONICAS INTELECTUALES

Un grupo de intelectuales latinoamericanos se encontraba discutiendo acaloradamente sobre cuestiones cada vez más abstractas que representaban (o eran origen de, según los platónicos) diversas situaciones terrenales relacionadas con la pobreza y la marginación y todos los problemas que desvelan a dichos intelectuales.

Paralelamente a la danza de sus discursos y dialécticas y citas y demostraciones, se desarrollaba, aún a pesar de cada uno de los participantes, una cegada discusión sobre la posición de cada uno en la intrincada red social de su momento. Es decir, querían discutir sobre un tema pero la discusión los llevaba contra sus voluntades individuales a rondar cuestiones que no venían supuestamente al caso.

Sólo Juan Carlos, que se encontraba en un estado especial de conciencia (producido por una fiebre de 42 grados centígrados) pudo ver los pensamientos de sus congéneres como trenes que seguían determinados recorridos. Y cada vez que el tren del pensamiento de alguien pasaba por la estación correspondiente a un concepto o a una visión ya conocida, Juan Carlos notaba (o creía notar) que todos prejuzgaban las demás "paradas" de dicho pensamiento, a lo cual respondían lanzando un tren con otro recorrido, que a su vez sería prejuzgado por los demás.

Luego de que Juan Carlos les explicara su visión y los demás creyeran comprenderla, desarrollaron entre todos una estrategia para burlarse de esa incómoda danza mecanicista de la que se sentían presas.

La estrategia consistía en que la próxima vez que discutieran, cada uno defendería los puntos de vista de los demás. De esa manera todos tendrían razón, y acaso toda la energía consumida por la discusión ya no sería dirigida siempre a los mismos recorridos sino que avanzaría por la inmensidad de los países representados por cada uno de los participantes, pudiendo producir una evolución en el sistema de pensamiento de la civilización.

Una vez puesto el nuevo sistema en práctica, sin embargo, no funcionó. Se ponían de acuerdo tan rápidamente que sentían vértigo, un vértigo causado por el vacío de comprobar que sus propias existencias amenazaban con carecer de sentido, que la humanidad toda podría arribar a un acuerdo que podría sumirla en un estado de amorfidad autosatisfecha que les producía, como intelectuales, pavor. Por eso cada uno se las arregló como pudo para seguir en desacuerdo y continuar discutiendo, y así por fin volver a aquellos maravillosos trenes que después de todo eran los únicos que parecían llevarlos cada tanto a alguna parte.

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